Aun sin saber sobre
las causas de esta tragedia del 8 de marzo de 2014, parece que todo apunta a un acto
de voluntad macabra. Avanzo, equivocado o no, esta macabra historia (una hipótesis tan dolorosa, como la verdadera), que hechos
más, hechos menos, ponen de presente que no es la tecnología, sino la voluntad
del ser humano, hoy y en el futuro, lo que en últimas, hace que las cosas
ocurran, o no ocurran.
Justo al momento en que Hu chequeaba las 12:45
AM en su rolex, escuchó el llamado por el intercomunicador del aeropuerto de Kuala Lumpur para abordar el
avión. Tomó su maletín y a la vez que verificaba el último despacho de
escáneres portátiles importados de Guangdong, tecleó por su celular a Li-Po, su fiel socio quien se encontraba en la planta 85-A de las
torres Petronas, hoy es el día.
Mostró alborozo desplegando sus gigantescos incisivos, pues al
medio día firmaría el mayor contrato para inundar el archipiélago indonesio
con su novedoso escáner procedente del Cantón.
Absorto en su portátil, ya en su silla del pasillo en la
penúltima fila, a los 20 minutos de tranquilo vuelo, aproximadamente, escuchó la
dulce voz de una azafata pidiendo amablemente a los pasajeros que se
abstuvieran por unos minutos más de usar sus celulares, mientras el capitán
haría una revista de rutina en los sistemas ubicados en la cola del avión.
Hu, viajero consuetudinario, pensó que el piloto era algo
obsesivo porque esta revista ya debió hacerse antes que entren los pasajeros, pero
sus negocios eran más importantes que esas minucias técnicas y poca atención
ofreció al piloto quien, adusto, y a pocos pasos de él, abrió una pequeña
portezuela en el piso del avión, y luego de escuchar algunos sonidos de variada
tonalidad propios de los equipos electrónicos procedentes de aquella consola
oculta en el piso, notó, esta vez con alguna preocupación, que el piloto emitió
un fatigado resoplido y se devolvió a paso aligerado hacia su cabina.
No pudo impedirse ver
su casi atropellada marcha por el largo pasillo del avión, hasta que lo distrajo el
comentario de un pasajero de la fila siguiente: ‘qué raro, se fue la señal’,
señalando con su índice la pantalla frente a su silla. Hu sintió un escalofrío.
Está acostumbrado a que todo funcione bien, y algo no funciona bien, esta
vez. Cerró lentamente su portátil, tomó
una bocanada de aire y esperó, fijando su mirada al fondo del pasillo. Prendió
su TV, y empalideciendo constató que la suya tampoco tenía señal.
Instintivamente dirigió su mirada hacia el sitio donde se
agachó el piloto, y ya no fue un escalofrío, sino un temblor en su cuerpo
cuando se percató que la portezuela de la consola seguía abierta. Ya había
visto y oído demasiado.
La dulce voz de la
azafata seguía invitando a los pasajeros a mantener en silencio sus celulares,
y a esta altura de los acontecimientos, volvió a registrar el cronómetro de su
rolex: 40 minutos de vuelo: ‘mucho tiempo para tanto silencio y excesivo para
‘este’ avión’, se dijo, enfatizando ‘este’. La corazonada de que algo muy malo
ocurría, se convirtió en espeluznante realidad cuando, no obstante encontrarse
a pocos metros de la cola del avión, escuchó un agudo chillido femenino
procedente del fondo del pasillo, sobre la cabina de mando.
Sabiendo que era el único pasajero que había visto los
movimientos del piloto sobre la consola de cola, sintió la urgencia de
apersonarse de algo que no sabía que era, y convirtiendo la fuerza que ya lo
arrastraba al pánico, en otra impregnada de ‘adrenalina’, saltó de su silla y
se dirigió en veloz marcha hacia, lo que pronto descubriría, se trataba del
nunca saber y del nunca poder.
Tras de Hu ya venían algunos
otros pasajeros hacia el origen del chillido, más inquietos por la azafata que
por el piloto. Allí vio una escena propia de las películas de terror: la
azafata, la de la dulce voz, enmudecida y enrollada en su sillón, su rostro
enrojecido y los ojos desorbitados del
pánico, una mano cubría su rostro y la otra, señalando la puerta, sin desatar palabra
alguna, se encontraba en franco shock.
El copiloto, desencajado, no retiraba por un instante su mirada del marco de la puerta metálica buscando una rendija hacia la cabina de mando.
Hu pronto comprendió el origen del horror: ¡la puerta! La
puerta de la cabina de mando se había cerrado desde adentro, y por la
expresión de aquellos rostros, para nunca jamás volverse a abrir.
Y aun no sabía lo peor: el incomprensible balbuceo del
copiloto, con voz, que nunca dejó de ser temblorosa y que en repetidos momentos durante las próximas seis horas de terror, pronunció.
Hu todavía no ordenaba lo que le quedaban de ideas, cuando
un súbito y pronunciado viraje vertiginoso hacia la izquierda, casi lo hace
caer, al momento que escuchaba un murmullo de pánico a lo largo de la carlinga.
El brusco movimiento, absolutamente ajeno a este vuelo que Hu había hecho
repetidas veces, lo desconcertó por completo. Las miradas fijas a los ojos
entre los pocos pasajeros que se encontraban cerca de la puerta de la cabina de
mando, los unió en tácita solidaridad en busca de (todavía no tenían la
certeza) un imposible.
Hu supo con claridad que el piloto estaba al mando cuando sintió
que el avión estabilizó su curso suavemente. Por primera vez, en los últimos
minutos de horror, tomó una decisión, que aunque inútil, era voluntaria y le
sirvió para comprender que podría actuar por sí mismo: corrió la contrapuerta
de una ventana y observó la profunda
oscuridad de la noche, a la vez que, ayudado por el reflejo de la luz de la
carlinga, el brillante anillo de la toma de aire de la gigantesca turbina. Y no
vio lo que no lo hubiera sobresaltado más: llamas.
Esto le produjo alguna calma
como para concentrarse en el ruido del avión apoyando su cabeza contra el
vidrio: su oído de experto viajero no detectó ningún zumbido ni vibración
anormal, y el vuelo absolutamente suave, le permitió pensar que pronto estaría
en un lejano aeropuerto tomándose una fría cerveza.
Como si hubiese estado en la apnea del berrinche de un niño,
de la nada la azafata emitió otro profundo chillido sin separar un instante su
mirada desorbitada ni su dedo de la puerta metálica. Otro tanto atormentaba al copiloto que
desesperadamente parecía querer escapar de
la carlinga hacia la cabina a través de cualquier ranura.
Saben algo, pero no se atreven, o no pueden decirlo, pensó
Hu.
Los minutos y las horas subsiguientes en el
más tranquilo de los vuelos, calmaron un poco los ánimos y dieron pie a muchos
para aferrarse de la idea más salvadora que se les podía ocurrir. Pero el viaje
tranquilo, era, precisamente, lo más aterrador: nunca se escuchó, no sólo una
sola palabra procedente de la cabina de mando, sino que, aun más aterrador, de
ninguno de los celulares ni teléfonos internos del avión. Y esta reprimida
ansiedad se fue gradualmente apoderando de los pasajeros, hasta que se
desbordó en una avalancha de recriminaciones sobre las azafatas y el copiloto,
no sin antes, un grupo enardecido arremetió contra la puerta para que, de una
vez por todas, desentrañar las causas de tan terroríficos momentos. Todo
inútil. La puerta no cedió ante ningún empellón.
En algún momento de reacción, el copiloto, Fariq, desató
algunas palabras incoherentes, pero Hu pudo hilar con alguna lógica lo que
nadie más podría comprender, porque había visto demasiado, y se formó nítidamente esta fuerte creencia: el piloto, Zaharie, pidió al copiloto que
saliera de la cabina so pretexto de cerrar la portezuela que quedó abierta en
la cola del avión; al salir de la cabina y ver que la puerta fue cerrada tras
de sí enérgicamente por el mismo piloto, profiriendo en ese momento una ominosa
amenaza, el copiloto comprendió que la amenaza era una macabra realidad: todos
morirían. Esto pudo escucharlo la azafata, lo que provocó su aniquilamiento
emocional.
Hu, devastado, se
sentó en cualquier silla vacía a la izquierda del avión, y constató, con
absoluta seguridad, que su destino estaba sellado al observar el despunte del
sol, al oriente, ¡a su izquierda! ¡No iban hacia el norte! ¡Se dirigían a lo profundo del Índico! Y en
un destello comprendió todo: silenció los celulares y silenció el avión. El
resto era asunto del diablo.
Pero Hu es un hombre de principios. No iba a morir abrumado
en una silla desconocida, y acordándose del mensaje enviado seis horas atrás a
su socio, se dijo a sí mismo: ‘Lo sabía, hoy es el día’. Se dirigió con paso
lento pero firme a su sillón en la cola del avión, abrió su portátil, y con el
estoicismo de sus ancestros se enfocó en sus negocios, en sus amigos, en su
familia, empeño heroico frustrado por un súbito movimiento del avión al iniciar su alocado descenso en picada supersónica vertical, y absorbido por el vacío, fue lanzado a flote
al igual que muchos otros pasajeros en medio de gritos que nadie escucharía, pero pudo ver, cual en cámara lenta y en pavorosa
sucesión que no duraría más de 0.2 segundos, cómo se aplastaban, uno a uno cada
elemento del avión, desde Zaharie hasta Hu, en un gigantesco cráter de agua
salada que comprimió hasta la última molécula de cada cosa y de cada vida,
compacto amasijo que siguió apaciblemente su camino hacia las profundidades,
dejando en la entrada del fin una aureola de intenso rojo que el lamido de las olas
borrarían, para siempre.
16/04/14
Notas:
Las teorías televisivas no han hecho énfasis en la dinámica física que explicaría el hecho criminalístico más notorio: la absoluta ausencia de elementos flotantes, no obstante la intensa búsqueda mundial de restos, presencial y por internet satelital (en la cual yo mismo participé). Es obvio que "todos" los elementos del avión siguieron su camino a las profundidades. Y para que esto sea posible debió ocurrir una compactación masiva del avión, cosa solo factible mediante una caída vertical a altísima velocidad. Esto habla de la intencionalidad del piloto.
Notas:
Las teorías televisivas no han hecho énfasis en la dinámica física que explicaría el hecho criminalístico más notorio: la absoluta ausencia de elementos flotantes, no obstante la intensa búsqueda mundial de restos, presencial y por internet satelital (en la cual yo mismo participé). Es obvio que "todos" los elementos del avión siguieron su camino a las profundidades. Y para que esto sea posible debió ocurrir una compactación masiva del avión, cosa solo factible mediante una caída vertical a altísima velocidad. Esto habla de la intencionalidad del piloto.
7 DE ENERO DE 2017
Los equipos de rastreo dieron este martes por concluida sin éxito la búsqueda del avión de Malaysia Airlines desaparecido con 239 ocupantes en el océano Índico en el 2014, tras rastrear desde entonces un área de 120.000 kilómetros cuadrados.
Los equipos de rastreo dieron este martes por concluida sin éxito la búsqueda del avión de Malaysia Airlines desaparecido con 239 ocupantes en el océano Índico en el 2014, tras rastrear desde entonces un área de 120.000 kilómetros cuadrados.
06 DE ENERO DE 2018, 03:55 AM
THE ASSOCIATED PRESS
KUALA LUMPUR,
MALASIA
El gobierno de Malasia aprobó una nueva operación para encontrar los
restos del desaparecido vuelo 370 de Malaysia Airlines en el Océano Índico,
dijo el ministro de Transportes del país el sábado. Según el ministro malasio
de Transporte, Liow Tiong Lai, la base de la oferta de Ocean Infinity es que si
no recupera los restos no cobrará.